viernes, 9 de enero de 2009

NUNCA ME DIGAS ADIOS

Escucha nessum dorma
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Un corazón roto me llevó hasta aquella playa. Allí sentado, aun podía ver el barco en el que llegué perderse mar adentro, aun podía ver las cabezas de los turistas asomándose mientras me miraban sin entender muy bien lo que estaba pasando.

Sentí como sus pasos en la arena blanca se detenían detrás de mí.

-Estás seguro muchacho?- me dijo el negro Juan con ese acento que solo sale de un alma caribeña

Yo le miré fijamente y le sonreí.

- Vengo a desenterrar un tesoro

El viento frio del norte me llevó hacia aquella solitaria isla de arenas blancas y aguas azules donde solo había una pequeña cabaña, un pequeño muelle de madera donde una vez a la semana atracaba un barco de turistas y un montón de iguanas que tomaban el sol.

Por la mañana, cuando la luz asomaba tímidamente por el horizonte, el negro Juan me despertaba silbándome una canción y juntos navegábamos mar adentro para recoger del fondo sus pequeños frutos escondidos. Él siempre me esperaba sentado en cubierta mientras yo me sumergía y sacaba de las trampas las enormes langostas incautas que habían caído en ellas. Aun puedo ver cómo me sonreía mientras me enseñaba una cerveza helada

-Dos más muchacho y es tuya

Siempre había dos más…

Con él aprendí a recorrer los caminos del mar, a orientarme en la noche estrellada, a sentir la llegada de la tormenta… y a saber cuando las iguanas no tenían ganas de jugar. Por las tardes caminaba hasta perderme por aquellas playas interminables, me gustaba sentirme solo, saber que el invierno nunca llegaría a encontrarme, que mis fantasmas no sabían navegar y que nada apartir de entonces sería lo mismo.

Una vez a la semana un barco de turistas atracaba en nuestra isla, en nuestro muelle y en nuestra arena, y ya todo cambiaba ,el negro Juan cocinaba la langosta mientras que yo los llevaba con nuestro pequeño catamarán hacia los corales.

-No te gustaría marcharte con ellos- me decía el negro Juan cuando el barco se alejaba de nuevo
- Tengo que encontrar un tesoro- le respondía con una media sonrisa sabiendo que aquel hombre nunca me entendería

Al caer la noche nos sentábamos en el porche de la cabaña, el negro Juan encedía su pipa, sacaba su viejo tocadiscos y allí sentados frente al mar escuchábamos “Turandot” de Puccinni. Recuerdo esos silencios solo llenos por una voz que desafiaba al viento y al murmullo de las olas, recuerdo como mi corazón palpitaba y como mis párpados se cerraban intentando arañar con más fuerza la música que envolvía cada rincón de la pequeña isla.

Aquel dia subí al barco que me tenía que llevar lejos de aquel lugar, allí sentado en la arena blanca, el negro Juan me miraba sin decirme adiós, era la primera vez en muchos años que no había ido a pescar y era la primera vez que no me despertó silbando una canción. Poco a poco se fue alejando como se aleja el horizonte, lentamente y sabiendo que nunca lo lograrás alcanzar.
-Volveré- le grité sintiendo que no volvería nunca más

Ahora que el invierno me ha encontrado y que las noches son largas y frías, todavía me siento con el negro Juan para escuchar a Puccini, aunque no haya querido desenterrar mi tesoro, aunque el mar ya no cabalgue en el viento y aunque sé que aquel hombre ya me dejó hace, hace… mucho tiempo.