viernes, 6 de febrero de 2009

SI ALGÚN DIA ME DESPIERTO SOLO PIDO QUE ESA MIRADA SEA LA TUYA

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No quiero abrir los ojos, no quiero volver a levantarme, creo que no podría soportar un día más su mirada, sus ojos fríos atravesándome el alma. En la oscuridad de mi habitación creo que me siento mejor, allí todo es diferente, allí aun puedo pensar que mi vida puede mejorar, que el final solo es una palabra y que los muros que me rodean solo son de papel.

Fuera está lloviendo, siento las gotas de agua golpear mi ventana. En la profunda noche que me envuelve creo que estoy mejor, si dijera que todo es un sueño me estaría engañando otra vez, quizás sea más divertido cuando no me toque perder.

NO quiero abrir los ojos, no quiero volver a levantarme un día más. Sus palabras se clavan en mi cerebro para decirme constantemente eso no se hace, eso no se piensa, eso no lo podrás conseguir. Solo pienso que no puedo librarme de ella, siento su presencia a pocos metros de mi, siempre vigilándome, siempre espiándome, haciéndome comprender que nunca la podré destruir.

NO puedo caer en ese pozo profundo hacia el cual me empuja, no tiene ningún derecho sobre mi vida… pero algún día acabaré con ella y ese día puede ser hoy o puede ser nunca.

No quiero levantarme, aquí me siento mejor, aquí aún puedo soñar cuando comprenda que aún no estoy dormida, aquí aún puedo creer que ella también tiene miedo y está perdida, quizás tan solo sea una cobarde oculta tras una máscara que es incapaz de romper.

Sus palabras no me dejan ver las estrellas, su vida ya no es la mía, nuestros corazones ya no laten en el mismo cuerpo, quizás sea hoy el momento de comenzar un nuevo día.

Ese día llegó. Ella se levantó de su cama, salio de su habitación y fue a buscarla. Sabía donde estaba, cogió un jarrón y fue a su encuentro. Andaba segura, con la mirada firme y sabiendo a lo que se enfrentaba.
Abrió la puerta y allí la vio, sus ojos siempre fríos le traspasaban el alma, su gesto reflejaba olvido, no tuvo ninguna compasión, levantó el jarrón de hierro y se lo lanzó con todas sus fuerzas.
Después solo quedó el silencio, todo era libertad y paz. Volvió a cerrar la puerta y en sus labios se dibujó una sonrisa, nunca más volvería a burlarse de ella.
Allí en el suelo, detrás de aquella puerta, un espejo se esparcía en mil y una arista de cristal, el cristal que día tras día reflejaba su propio rostro.
Volvió a su habitación y durmió profundamente.