viernes, 30 de septiembre de 2011

SAL EN LOS LABIOS

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El creador se levantó como todos los días. Aún no había amanecido. Su mujer y su hijo dormían todavía. Se vistió en la oscuridad. Sin hacer ruido, en silencio. Salió de la casa y cruzó la calle. Y Buscó el mar. Las estrellas todavía brillaban en el horizonte.

Se quitó los zapatos y pisó la arena fina. Respiró hondo y pensó que hoy podía ser el mejor de los días. Pensó que hoy podría crear un día maravilloso, un día diferente. El creador caminó por la orilla del mar y buscó un lugar en la arena para sentarse. Sólo tenía que esperar. Pronto se crearía el milagro de la vida. Sintió el frío de la mañana y el olor salado que el aire depositaba en sus labios. Cerró los ojos como tantas veces había hecho. Y quiso ser mar y fue mar. Y sintió el viento y fue viento. Quiso ser libre y fue libre.

Abrió los ojos y pudo ver una playa infinita. La luz anaranjada de la mañana se asomaba al universo de sus pupilas.Y poco a poco se fue descubriendo el mundo que él mismo había creado. Quiso ser luz y fue luz. Sintió el agua del mar acariciar sus pies y como se hundían poco a poco en la arena mojada. Pero ya había llegado el momento. Se levantó en el mismo instante que detrás del horizonte aparecía aquel disco dorado que invadió todo con su luz cálida y suave. El cielo fue azul, la arena oro y el mar eterno. Las estrellas se fueron difuminando y las olas fueron rompiéndose en estelas plateadas hasta cubrir la misma playa que el creador había pisado.

Respiró hasta llenar el último rincón de su alma y decidió que era un buen momento para regresar. Su mujer y su hijo le esperaban. Se marchó cuando el sol le miraba desde el cielo, atrás sólo quedaron unas huellas que alguna ola de mar borró para siempre. Sonrió. Por un instante fue feliz. Y mañana sería otro día

viernes, 8 de julio de 2011

USHER 2.0

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Es medianoche. Tengo miedo. Mi sombra se dibuja en las negras paredes de la casa Usher. Sus altos y estrechos ventanales me vigilan. Sus muros antiguos me susurran su nombre. No puedo dormir. Sólo espero que pronto llegue el final. El fuego de la chimenea en el viejo salón juega a crear mundos fantasmales repleto de terroríficos seres. El reloj de péndulo suena al dar las doce. Pronto ella regresará. Como cada día, como cada noche. Volverá a recordarme lo mísero y lo cruel que he sido. Mi rostro demacrado y mi piel blanca se reflejan en el vaso de brandy que apenas puedo sostener. La voces han vuelto, me hablan y me susurran frases que no puedo entender. Un frío gélido nacido en las pestilantes ciénagas que rodean la casa penetran hasta oprimirme la garganta. Tengo miedo. Pero no puedo huir. La casa me retiene con cadenas negras que no puedo romper. Un enorme cuadro encima de la chimenea me recuerda lo bella que fue. Su pelo negro. Sus ojos profundos. Sus labios rojos. Pero como la efímera flor ella también se marchitó. Con mis propias manos arrastré su féretro hasta el fondo de la cripta. Estaba tan bella. Cerré la puerta para siempre.

Pero la casa no olvida. Hoy hace un año que comenzó mi sufrimiento. En una noche como ésta ella... Pero ahora sé que no estoy solo, siento sus pasos, su olor a podredumbre. Se que me mira. Se ríe y me mira. Me llama. ¡Basta! Alguien grita en lo más profundo de la cripta. Es ella. Cojo una candelabro y busco las largas escaleras que llevan hasta lo más profundo de la casa. Allí el frío me muerde como perro rabioso. Abro la puerta de la cripta. Apenas puedo distinguir el ataúd de la oscuridad.

Como cada noche abro el féretro y la miro. Veo su boca abierta, sus uñas rotas. Su cuerpo retorcido y sus ojos vacíos que me miran y me dicen que ella fue enterrada en vida.

Las voces se apagan por fin. Cierro la puerta y vuelvo a subir las escalera de piedra. La casa vuelve a estar en paz, pero nunca me dejará tranquilo, porque ella como yo sabemos el color de mi alma

sábado, 14 de mayo de 2011

ARENA EN LOS ZAPATOS

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Y nos volvimos a ver. Quizás fue suerte o quizás así tenía que ser. Nos abrazamos. Hacía mucho tiempo . Fue mi amigo. Mi mejor amigo. Y fueron tiempos en los que tú por mi y yo por ti. Sus ojos eran vivarachos como los que conocí. Pero sus arrugas, como las mías, se doblegaban ante el peso de la vida.

Con él recorrí los ochenta. Otra época, otras ideas. Buscábamos algo por lo que luchar, descubrir un tesoro escondido bajo la palmera en una playa solitaria. Por bandera mi camisa y por país ese pedazo de tierra donde dejábamos la mochila.

Nos sentamos en un viejo bar. Pedimos unas cervezas. Y miramos hacia atrás buscando lo que un día fuimos y ya no somos. Buscamos esos sueños que un día murieron. Hablamos de lo que el tiempo y la vida nos arrebató sin misericordia. Hablamos de lo que ya no éramos, de lo que nunca seremos.

Sentado frente a mí, vestía traje y corbata. Sus zapatos eran de piel. Sin embargo nuestros pies dejaron huellas en otras tierras, en otras orillas, allí donde con una guitarra y una hoguera cantábamos al amor y a la libertad. Libertad sin renuncia y abajo el poder. Gritábamos.

Sonó su móvil . Y Los ochenta se perdieron para siempre. Ahora solamente quedaba el recuerdo de aquellas risas, de aquellas fiestas de pueblo,de aquellos besos robados, de aquellas noches infintas compartiendo aventuras. Tú por mi y yo por ti.

Nos despedimos. Dale un beso a tu mujer y a los niños. Igualmente.

Mis ojos se hiceron más pequeños.

Este mundo ya no era el nuestro. Nunca lo será.

Levanté mi vaso y brindé por aquellos que habían quedado en el camino.

Va por ellos


sábado, 19 de marzo de 2011

Alma de blues

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El gallo cantó por primera vez. Amanecía. Se levantó de la cama que compartía con sus cinco hermanos y en silencio se vestió. Esa mañana no iría a trabajar en la tierra del puto blanco. Se puso su camisa nueva,un pantalón limpio y los zapatos que le regaló su madre.Cogió sus pocas cosas que aún le pertenecían y las puso en una maleta de cartón. Les dió un beso a sus hermanos y salió de la habitación.

Su madre trasteaba en la cocina y su padre sentado en la mesa de madera callaba. No le dijo nada. No tenía nada que decirle. No había palabras. Sólo dolor. En una taza humeaba el café. Se lo bebió despacio, como cada mañana, como cada día antes de marcharse a trabajar. Pero hoy era diferente, hoy sabía diferente, hoy sabía a libertad.

Su madre salió de la cocina. Sus pasos resonaron en la madera de aquella casa de negros. Sintió sus lágrimas en sus ojos. Le dejó una bolsa con algo de comida. Su padre callaba.

El gallo cantó por segunda vez. Era la hora, cogió la guitarra que un día le regalaron cuando cumplió los 16 y salió al porche. La abuela como siempre estaba sentada en su mecedora. Tenía la mirada perdida. Atrás quedaron los duros años de esclavitud. Fueron años duros para la familia. Ahora cambiaron su alma por un triste jornal. Maldito sur.

Bajó del viejo porche y buscó el camino de tierra que le llevaría a la carretera. Sólo tenía una guitarra y una vieja maleta. Sintió llorar a su madre, pero no quiso volver la cabeza, ya no era un niño y el camino era largo. Su padre lo miraba desde el porche. No dijo nada. Nunca dijo nada.

El gallo cantó por tercera vez. El sol alumbraba un nuevo día sobre aquella tierra de negros. Ese día Robert Jhonson comenzó a ser historia.

Tocó en los peores garitos de Missisipi. Sus dedos se delizaban por su guitarra como la seda en el cuerpo de una mujer. Hay muchos que aún le recuerdan con su maleta de cartón al borde de una carretera solitaria esperando a un buen samaritano.

Cuenta una conocida leyenda que Robert Johnson vendió su alma al diablo en el cruce de la autopista 61 con la 49 en Clarksdale (Missisipi), a cambio de interpretar el blues mejor que nadie.

Yo juraría que fue verdad

Robert Jhonson (1911-1938)

Amén