Mientras lees. Glenn Gould un genio que me hizo sentir
Aún lo recuerdo, hace ya muchos años.
Quizás nunca lo olvidé. Fue la primera vez que lo escuché. Pero
ahora me veo sentado y en silencio. Las luces ya se han apagado.
Todos esperan. Sale al escenario y estalla el teatro en una ovación.
Se sienta delante del piano y extiende sus largas y huesudas manos.
Por un momento contengo la respiración. La música comienza a sonar.
En el aire suenan las notas como fuegos de artificio. Mi corazón se
acelera y siento que algo inunda de sensaciones mi alma. Cierro los
ojos. No quiero ver. Sólo escuchar. Sentir. Hay algo arrebatador que
la oscuridad sólo puede ofrecer a las almas errantes. Hay algo en
esa música que me reconcilia con la vida, conmigo mismo. Todos
callan y sin embargo yo tengo ganas de gritar. Las notas juegan con
unas emociones desconocidas para mi. Soy incapaz de moverme. Estoy
atrapado en mi butaca, soy un prisionero de una música que despierta
en mi un sentimiento de felicidad diferente. Por un momento todo lo
demás no importa, sólo existe aquel hombre tocando el piano. Mi
mente se vacía y solo sé que la vida es un instante, un momento, un
pensamiento que se extiende como el mar delante de una playa
solitaria.
Aún lo recuerdo, hace ya muchos años.
Pero sólo sé que después caminé durante mucho tiempo por las
frías calles de una Barcelona mecida por el invierno. No iba a
ninguna parte. Tampoco me importaba. Escuchaba mis pasos en la acera,
pero en mi cabeza seguían sonando las notas que despertaron aquellas
manos. Por un momento las envidié. Pero me sentí mejor cuando la
noche me acogió entre sus brazos. Desde el suelo no pude ver las
estrellas, pero ya no me importaba, mi oscuridad estaba ya llena de
ellas. Por un momento en aquel concierto estuve cerca de mi mismo.
Por un momento sentí lo que debió sentir BACH.