lunes, 21 de septiembre de 2009

MIS PALABRAS PERDIDAS

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Fui a buscar al ser más antiguo del mundo. Yo era un escritor acabado. Sin ideas. Sin deseo. Sin sentimiento. Y fui a venderle lo único que era verdaderamente mío. Mi alma.

Lo encontré en un cruce de caminos. No era como lo había imaginado. Tenía cara de niño y sus ojos eran negros como el carbón. Me sonrió dulcemente. Sabía que yo estaba perdido. Sabía que no encontraría nunca la paz. Llovía, como nunca jamás lo había hecho, como nunca jamás lo volvería a hacer.

No fui a pedirle amor, ni vida, ni dinero. Fui a pedirle solo una historia, la mejor historia jamás escrita. No fue necesario hablar. Con sus ojos me desnudó para descubrir las heridas que nunca pude curar. Me vi sucio, enfermo y desesperado. Quería algo que nunca podría conseguir por mi mismo.

Sus manos eran pequeñas y sus dedos largos y afilados. Me enseñó aquel trozo de papel que recogía nuestro acuerdo. Sentí una rabia inmensa por ser humano, demasiado humano. Sentí miedo porque nunca encontré a Dios en ningún cielo y porque nadie nunca pudo enseñarme el verdadero secreto de la vida.

Volví a mi habitación. Mi cuerpo temblaba sentado frente al ordenador. Las palabras comenzaron a brotar en mi mente. Eran ríos incontrolados que se deslizaban hasta mis dedos impregnando la pantalla de letras y sueños que nunca jamás había tenido. No podía dejar de escribir, era una fiebre que convulsionaba cada rincón de mi ser.

Aun no había amanecido todavía cuando sentí sus pasos detrás de mí. Sabía quién era y a por lo que había venido. Punto y final. Mi historia estaba acabada. Apagué el ordenador y le miré a los ojos. Me vi reflejado en el interior de ellos. Besé sus labios . Extendió sus manos de niño y me arrancó el alma.

Ahora que soy un escritor maldito, que ya no puedo dormir, que no puedo soñar, que no puedo dejar de sufrir, solo pienso en aquella historia que un día escribí. La mejor historia que nadie nunca podrá escribir. Aún hoy pienso en aquellas palabras perdidas para siempre en un viejo ordenador que nunca nadie abrirá, palabras muertas como mi alma que nadie podrá sacar del vacío donde se encuentran. Aún recorro los caminos desnudos buscando a alguien que quiera leerlas, porque sin ellas no soy nadie, porque sin ellas solo soy un condenado que busca en la eternidad el rastro de unas palabras perdidas, aquellas por las que un día fui capaz de vender lo único verdaderamente mío.